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¡Esa generación del 27!

Manuel Alba   Marbella
Fecha: 17-11-2014 - 00h00
Modif.: 16-11-2014 - 22h32
Publicado por: Manuel Alba
Enlace completo: https://malba.worldofgalina.com/?art=¡Esa generación del 27!&cod=1961



Cada vez que se rememora a aquellas mujeres y hombres que conformaron la lista de venerados y gloriosos integrantes de la llamada Generación del 27 me resurge el recuerdo de aquellos que no fueron justamente tratados, aquellos que fueron tenidos por segundones por mucho que, de vez en cuando, se les recuerde, aquellos que por circunstancias ajenas a la calidad de su obra e incluso a su acción y testimonio social fueron eclipsados por otros que alcanzaron la gloria por su activismo político, por la dramática circunstancia de su muerte o porque fueron, sencillamente, más conocidos.

Aquella generación tomó su nombre del año 1927, cuando se reunieron en Sevilla gran parte de los escritores jóvenes del momento para homenajear a Góngora con ocasión del tricentenario de su muerte. De ellos son Federico García Lorca, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, Gabriel Celaya, Rafael Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas, o León Felipe y pocos más los que han sido más encumbrados, quedando atrás, muy atrás, en la memoria tantos y tantos otros, algunos condenados al olvido.

Con una diferencia de diecinueve años de edad entre los mayores como Pedro Salinas, nacidos en 1891, y el más joven, Miguel Hernández, nacido en 1910, no se puede definir como una auténtica generación aquel grupo heterogéneo en el que no solo se encuadran escritores sino que también hubo otros artistas, como la pintora gallega Maruja Mallo, Benjamín Palencia o Salvador Dalí, Ramón Gaya o Gregorio Prieto, músicos como el conocido Grupo de los Ocho, al que pertenecía Federico Mompou, sin olvidar a Ernesto y Rodolfo Halffter, arquitectos, como Rafael Bergamín, hermano del escritor, un cineasta, Luis Buñuel, filósofos como María Zambrano, y hasta un dibujante caricaturista, K-Hito. También se encuadran en el grupo el chileno Pablo Neruda, y el argentino Jorge Luis Borges, y escritores que no son conocidos como tales, como Salvador Dalí, cuya obra literaria debería ser reconocida.

En 1927, la edad media de estos artistas era de veinticinco años, es decir que ya tenían tras de sí una carrera en marcha, siendo conocidos y gozando alguno de ellos de cierta notoriedad. Se puede decir que es una generación, si se le puede calificar como tal, en la cual la mayoría de sus miembros han iniciado su singladura artística en los albores de la Dictadura de Primo de Rivera.

No tienen un lenguaje común, generacional, sino que van desde el neopopularismo de Lorca y Alberti, al surrealismo de Aleixandre, pasando por el purismo poético de Jorge Guillén. Cabalgaban entre los cánones de Menéndez Pidal o el más absoluto vanguardismo siguiendo a los novecentistas. Algunos fueron influidos por el krausismo a partir de su estancia en la Residencia de Estudiantes dirigida entonces por Alberto Jiménez Fraud. No son, en sí mismo una auténtica generación y tampoco hubo entre ellos una homogeneidad en materia ideológica, aunque la gran mayoría sufrió el destierro, el exilio. ¡Ni siquiera entre ellos reinó la concordia hasta el punto de resultar frecuencia los enfrentamientos personales más acerados!.

A mí siempre me sensibilizan las ausencias, esos nombres que los tiempos han ido dejando atrás con olvido o, cuanto menos, injusto desplazamiento, aunque se les haya homenajeado de vez en cuando y en cierta medida, en ocasiones de forma extravagante, o al menos a mí me lo parece, por ejemplo el caso de la gran filósofa María Zambrano, a quien en vez de dedicarle una biblioteca, haberle dado su nombre a una facultad universitaria, Málaga la honró dedicándole una estación de ferrocarril!.

Indudablemente, hay centros docentes, entidades culturales que llevan nombres tales como Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Pedro Salinas, etc. pero de ellos poco, casi nada, se recuerda, sus obras alcanzan el conocimiento del gran público, su difusión está extremadamente restringida a círculos muy minoritarios. Algunos han sido descabalgados de ese colectivo por motivos ajenos a la calidad de su obra, marginados por una tácita censura ideológica, entre ellos Agustín de Foxá, Rafael de León, Miguel Mihura, Edgard Neville o Enrique Jardiel Poncela, ejemplo sublime del teatro del absurdo el fundador de la revista La Gaceta Literaria, Ernesto Giménez Caballero.

¿Quién recuerda como miembro de esa Generación del 27 a Ernestina Champourcín, Rafael Laffón, Alejandro Collantes de Terán, Pedro Pérez Clotet, Pedro Garfias o José López Rubio?. Son unos cuantos nombres de la lista de los desplazados. Por unas razones o por otras, la nómina del 27 se reduce a un puñado de nombres, unos pocos, mientras que la gran mayoría de aquellos artistas, poetas, dramaturgos, pintores o músicos pasaron al otro lado de la espesa cortina de la fama.
Sus destinos, en muchos casos, fueron trágicos, aunque parece que la muerte violenta y sin sentido solo debe ser llorada hasta el hastío en algún caso y olvidada cuando el acto cruel y despiadado vino de la manos de otro signo. Si injustificable y atroz fue la muerte de Federico García Lorca, no menos lo fue la de José María Hinojosa, fusilado por un pelotón de milicianos en la tapia del cementerio de San Rafael, junto a su padre, su hermano y casi cincuenta personas más como represalia a un bombardeo franquista en agosto de 1936.

Otros siguieron el camino de un largo exilio del que no regresarían jamás. En Málaga nacieron dos de los exiliados del 27, en la misma calle, la calle Strachan, uno en el número 4, otro en el número 7. Uno era Manuel Altolaguirre, el otro Emilio Prados, ambos simultanearon su labor creativa con la fecunda labor divulgativa desde la revista Litoral, que fundaron en 1926 con otro malagueño del que poco conocen las generaciones actuales, José Moreno Villa, escritor y pintor. A los tres el exilio les llevó a México. Altolaguirre con su mujer, la escritora Concha Méndez, y su hija Paloma, aunque allá sus vidas se separasen.

Manuel Altolaguirre murió en España, en 1959, junto a su segunda esposa, la acaudalada mecenas y productora María Luisa Gómez de Mena, un accidente de automóvil sesgó sus vidas, una muerte que le hizo exclamar a Vicente Aleixandre: “Se nos ha muerto Manolito y él se lleva toda la época feliz”. Sus restos reposan en Madrid, en la Sacramental de San Justo, en un nicho junto al de su esposa, sin ningún cuidado, en un estado de lamentable abandono, una lápida contiene su epitafio: “Que mi alma no precisa sepultura Ni el tiempo quiere limitaciones Horas y muros Para mí, se acabaron”.

Emilio Prados no regresó, quien haya tenido ocasión de visitar el Panteón Jardín de Ciudad de México encontrará allá su tumba, de piedra rojiza con su nombre en relieve en letras que parecen ser doradas, allá, en el más absoluto olvido, a escasos metros del lugar de reposo de quien fuese su amigo en otro tiempo, el genial y huraño Luis Cernuda, que tampoco regresó, no quiso. Emilio Prados murió en abril de 1962 y Cernuda en noviembre del año siguiente, poco más de dieciocho meses y veinte metros los separan.

Esas tumbas del cementerio, situado en el distrito de Coyoacán, que yo encontré abandonadas, han recibido tratamiento distinto, pues la del poeta sevillano ha sido restaurada, la del malagueño no. Tampoco regresó José María Moreno Villa, que murió en 1955. A los tres se les podría dedicar un poema, escrito por uno de ellos, Cernuda: “Soy español sin ganas/Que vive como puede bien lejos de su tierra/Sin pesar ni nostalgia. He aprendido/El oficio de hombre duramente,/Por eso en él puse mi fe./Tanto que prefiero/No volver a una tierra cuya fe,/ si una tiene, dejó de ser la mía,/Cuyas maneras rara vez me fueron propias, /Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto/Y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron”.

Es tiempo ya de que estén todos en la lista, todos los que en esa mezcla heterodoxa de diversidades, heterogénea en estilos, ideas y actitudes que es la llamada Generación del 27, que se haga justicia a sus méritos sin estigmas, sin clavos ni coronas de espinas impuestos por ideologías ni banderas, porque todos, los que se fueron, los que se quedaron, los que volvieron, los que no regresaron, absolutamente todos, fueron frutos escogidos de un tiempo en el que las ramas de ese árbol que es el genio hispano, hoy en marchita decadencia, florecieron radiantes, iluminando al mundo con figuras irrepetibles. ¡No es justo que ninguno vague como fantasma en las tinieblas del olvido!



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